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La asociación de emprendedoras de la vereda el Suspiro nació hace 12 años por iniciativa de varias mujeres de la región.
Arar la tierra, cultivar, limpiar, y cosechar son acciones que cotidianamente realizan los hombres en el campo colombiano, esto mientras sus esposas en el hogar se dedican a los quehaceres diarios como preparar los alimentos y cuidar de sus hijos.
Sin embargo, este paradigma se rompió por un grupo de mujeres de la vereda el Suspiro en el corregimiento de Palmarito, zona rural de Cúcuta quienes, a pesar de dificultades sociales, el conflicto armado y el fenómeno del machismo, con pala y machete en mano se dedican a sembrar, cuidar y cosechar sus propios productos.
En un pequeño terreno en medio del basto campo está ubicada una huerta, señalizada con colores y con los nombres de cada una de las mujeres que integran la asociación, lo cual da un toque de sensibilidad y sutileza a los cultivos.
“Fue un sueño que inició hace 12 años. Empezamos formando la asociación luego de ver que podíamos presentar proyectos y traerlos para nuestra vereda porque veía otras asociaciones que les ayudaban y pensamos que podíamos también; no fue fácil, pero nos organizamos, 20 mujeres arrancamos en ese año haciendo varias actividades como vender comida para conformar la asociación”, expresó Rosmira Rincón presidenta de la asociación de emprendedoras de la vereda el Suspiro.
Con capacitaciones por parte del Sena en manipulación de alimentos y otros saberes arrancaron. Pero las ayudas no llegaban, “A pesar que pasábamos cartas, buscábamos ayuda a las instituciones y administraciones no recibimos respuestas, teníamos la asociación en papeles, sin ningún apoyo, eso desanimó mucho a las mujeres, muchas de ellas madres cabeza de familia”
Sin embargo, con el apoyo de Unión Europea, Cooperación Internacional Alemana para el Desarrollo GIZ, la asociación hortifrutícola de Colombia -Asohofrucol- y la Alcaldía de Cúcuta por medio de la Secretaría de Desarrollo Social, Asomuensus encontró en medio de la pandemia un espacio para presentar una propuesta de intervención en sus territorios que fue el punto de partida para iniciar el sueño de estas mujeres.
“Con mucha fe pasamos una carta presentando un proyecto avícola y de siembra de productos, nos llamaron y nos dijeron que habíamos sido seleccionadas fue una gran alegría para nosotras, en el mes de junio empezamos a trabajar en un terreno que limpiamos y acondicionamos para sembrar, recibimos capacitaciones por parte de la administración municipal y de GIZ”
Hoy en día 34 mujeres, muchas de ellas cabeza de hogar, desplazadas y migrantes, cuentan con un pequeño espacio donde sembrar. Ellas consienten sus cultivos como si fueran un hijo más y los protegen de la maleza que les impida crecer.
Tomate, ají, piña, pepino, melón, cilantro, frijol entre otros productos hacen parte de las huertas caseras que tienen las mujeres de Asomuensus, quienes con técnica y orden fueron mejorando sus cultivos que sirven para comercializar de a poco y para su diario vivir.
Al preguntar por qué la asociación está integrada solo por mujeres, Laura Bautista Villamizar, cofundadora de la Asociación, dijo que era una oportunidad única para demostrar que las mujeres son más organizadas y que con amor y cuidado las cosechas son más fructuosas.
“Hemos demostrado siempre que las mujeres si podemos al contrario como muchos piensan, queremos producir mostrar nuestros productos y tenemos mucho ánimo porque esta es una oportunidad única que no la habíamos tenido; los proyectos de pollos de engorde y las huertas caseras es el inicio de un cambio en nuestras vidas, dejamos de comprar y ahora producimos y más adelante estaremos comercializando lo que producimos en la tierra”
Las jornadas de sol a sol son acompañadas de alimentos y agua de panela que brindan fuerza en medio de los extenuantes recorridos que hacen en los terrenos, los cuales a pesar de las inclemencias del clima y de las dificultades realizan todos los días.
Jacqueline Colmenares es una mujer de 32 años de edad oriunda de Maracaibo, ama de casa y madre de 4 hijos, desde hace 4 años pertenece a la asociación, a la cual se integró una vez llegó de Venezuela a la vereda el Suspiro; en ella asegura que encontró una oportunidad para aprender de un oficio propio de hombres, pero al cual le mete toda la energía y el corazón.
“Esta es una enseñanza para nosotras, nos gusta lo que hacemos porque es un emprendimiento entre todas, es el sustento para nuestra familia, lo hago con mucho amor porque sé que son mis cosas, las cuales yo misma cultivo y cuido, por eso sueño con ser algún día una gran empresaria que todas crezcamos con la asociación, apoyarnos una a otras” dijo.
Uno de los grandes logros para estas mujeres, es materializar el proyecto de pollos de engorde en la zona, que recibió el apoyo de la Unión Europea, GIZ, Asohofrucol y la Secretaría de Desarrollo Social de Cúcuta, para adecuar una granja que en meses estará generando una nueva oportunidad de empleo para estas mujeres.
“Es un sueño para nosotras poder vender un producto propio en toda la ciudad, por eso es importante contar con una cadena de comercialización sólida que entreguemos el pollo arreglado y llegue a la mesa de las personas en perfectas condiciones, sano y rico que es preparado por las manos de mujeres campesinas de la ciudad”
La resiliencia y la esperanza son actores fundamentales en el día a día de estas mujeres, quienes demuestran con tesón que las adversidades y el contexto no son excusa para desempeñar cualquier labor que se propongan y envían un mensaje contundente a una sociedad que en múltiples escenarios las restringe por su género, desconociendo las excelsas contribuciones a labores que se creen propias y exclusivas de los hombres.